“Ya no hay nada más que hacer”
Sosteniendo la mano de mi Abuela en el 2013 |
Mis Abuelitos |
“Ya
no hay nada más que hacer”
Muchas
veces en el hospital escucho esta frase de parte de los doctores. Otras veces,
el paciente o sus familiares comparten que el médico les ha dado la noticia
final usando estas palabras, y en algunos momentos yo he tenido que ser el
traductor de estas noticias a familiares. En mi propia familia hemos tenido que
escuchar esto de parte de los médicos cuando la salud de mis abuelos y mi tía había
decaído. Si es difícil escuchar estas palabras cuando uno de nuestros seres
queridos se encuentra delicado, me pregunto si sería aún más difícil
escucharlas cuando vayan dirigidas a mí.
Dichas palabras
han conducido a mi propia familia a un momento decisivo. Al escuchar que ya no
se podía hacer nada más por mis abuelos, el mundo se nos vino abajo. Primero
llegó la etapa final para mi abuela en el 2013. A sus ochenta y dos años, y
después de una fractura de cadera, mi abuela estaba muy frágil y no resistiría
ninguna intervención médica. De hecho, ningún tratamiento prometía mejoría,
pero sí aseguraba mucho sufrimiento y una larga agonía. En nosotros abundaban
las lágrimas, y se venían a nuestra mente tantas memorias. ¡Qué difícil era
tener que dejarla ir! No es que necesitara nuestro permiso para irse, porque Dios
y su cuerpo ya habían tomado la decisión, pero el amor tenía que demostrarse
aun en medio de tanto dolor. Entonces, con un corazón quebrantado, pero
buscando su bienestar, interrumpimos todo tratamiento médico. Fue así que le
dimos el gran regalo a mi abuela de estar en paz rodeada de toda su familia y
tener la oportunidad de brindarle una digna agonía. Y después de poco más de
medio día de una agonía en paz, mi abuela encontró a Dios. Ya habíamos visto a
mi abuela decaer, y estaba ancianita, pero aun así era muy doloroso aceptar que
el amor demandaba una acción que no se entendía, pero era necesaria.
El caso de mi tía
fue algo diferente. Realmente no esperábamos la enfermedad, y había muchas
preguntas y dudas. Era más difícil aceptar que había llegado su momento porque aún
era relativamente joven. Solo habían pasado dos años de la muerte de mi abuela,
y las heridas del duelo se abrían nuevamente. Después de meses de tratamiento y
de gran espera a que funcionara, llegó ese momento en el que escucharíamos la
frase determinante, “Ya no hay nada más que hacer.” ¡Qué frase tan
aterradora! El mundo se nos volvía a cerrar y la impotencia lastimaba el
corazón. ¿Cómo es que volvíamos a experimentar esto? Se nos hacía muy pronto
después de la muerte de mi abuela. Sin embargo, mi tía misma decidió estar en
paz en la comodidad de su casa y recibir todo el amor. Hubo muchas personas que
tuvieron la oportunidad de mostrar el gran aprecio que le tenían, y también se
tuvo la oportunidad de cerrar un ciclo. Mi tía misma nos dio el regalo de
caminar con ella durante sus últimos momentos. Espiritualmente no faltaba
apoyo. Mucha gente venía a compartir la Palabra de Dios con ella.
Constantemente recibía la comunión y los respectivos sacramentos. Mi tía pudo
tomar sus propias decisiones al final de la vida, lo cual hizo más ligero el
peso del duelo para los familiares. Cuando llegó el momento de encontrar a
Dios, todos estábamos con ella. Sin duda, dolía demasiado, pero habíamos
caminado con ella.
Ni un año pasó
cuando la salud de mi abuelo deterioró. Después de ver el proceso de morir
varias veces, uno se familiariza con el lenguaje de la muerte. Si estás atento
y dispuesto (aunque es muy difícil emocionalmente), puedes ver que el momento
se acerca. Un mes anterior al día de su fallecimiento, yo notaba que mi abuelo
comía menos y solo quería estar en cama. Su mirada se nublaba y platicaba
menos, y como es muy común cuando la muerte se acerca, mi abuelo mencionaba
personas que ya no estaban. Entonces, casi a principios de julio del 2016, su
cuerpo comenzó a dejarnos saber que era tiempo. Lo mirábamos muy delicado y
mentalmente abatido. Como en las dos experiencias anteriores, no faltaba la
visita de aquellos que espiritualmente nos apoyaban. Es difícil aceptar que el
momento de darlo todo ha llegado, y más difícil lo hace la impotencia. Es más
difícil cuando se sabe que, aunque les hagamos cualquier tratamiento médico, el
final ya está escrito por Dios y la persona misma. Y así, las palabras
horripilantes llegaron a nuestros oídos. Aquello que ya nos había herido volvía
a partir nuestro corazón. Aquel momento que es incontrolable por el ser humano
había llegado. Nuestros oídos escucharon el “Ya no hay nada más que hacer,”
y debido a que mi abuelo no estaba mentalmente bien para tomar sus decisiones,
nosotros tuvimos que hacer nuevamente un acto de amor como lo hicimos con mi
abuela. Todo tratamiento médico se quitó para dejar que el viaje se terminara
sin más sufrimiento. Nuevamente buscamos apoyo moral por parte de varios
sacerdotes para volver a entender que la vida, la moral e incluso la Iglesia
esta contra el sufrimiento. Teníamos que entender y aceptar que dejar ir a mi
abuelo, como lo hicimos las veces pasadas, no es inmoral. Al contrario, es uno
de los actos de amor mas grandes ya que el motivo principal es dar un final
digno a la persona, lleno de paz y tranquilidad y con el menor dolor posible.
¡Qué difícil es escuchar estas palabras! Se me
enchina la piel solo al recordar cómo fueron esos momentos con mis abuelitos y
mi tía. Honestamente, todavía vuelven las lágrimas al regresar a esas escenas
tan dolorosas. Sin embargo, esas palabras se han vuelto parte de mi ministerio
y las escucho constantemente. Así como mi familia recibió apoyo emocional,
espiritual y moral durante esos momentos, yo también trato de brindar lo mismo
a los demás. La realidad es que algún día volveré a escuchar estar palabras en
mi propia familia, y lo más seguro es que volverán a quebrantar mi corazón. Y lo
más probable (al menos que fallezca repentinamente) esas palabras serán dirigidas
hacia mí al final de mi vida. Ahora, después de haberla experimentado en mi
propia familia y de escuchar constantemente dichas palabras en el hospital,
puedo decirles que no son totalmente ciertas. Claro, medicamente se seguirá
usando esta frase, pero no se engañen – AUN HAY MUCHO POR HACER. Aunque
medicamente no se pueda hacer nada, el amor sigue demandando acción y gestos
afectuosos hasta el momento del último suspiro. ¿A qué me refiero con esto?
Cuando medicamente ya no hay nada que hacer por la persona, el amor sigue triunfando
sobre todas las cosas. Cuando escuchamos estas palabras en el 2013, 2015 y
2016, no dejamos de amar a mis abuelos y a mi tía. Al contrario, el amor se
reforzó y lo vivimos intensamente. Tal vez en ese momento no apreciábamos lo
que estaba pasando por nuestro dolor, pero ahora podemos ver que el amor
triunfó. Pudimos expresar con palabras y acción nuestro amor. ¡Quedaba mucho
por hacer! Todavía teníamos que seguir viendo los ojos de mi abuela y tocar sus
hermosas manos. Después de haber escuchado esas palabras y pensar que no había más
que hacer, aún podíamos mirarla, besarla, abrazarla y también orar con ella.
Después de que mi tía escuchó esas palabras y tomó la decisión de estar en la
comodidad de su hogar y pasar sus últimos días en paz, no obstante, quedaba
mucho por hacer. Quedaba escucharla, abrazarla, visitarla, y ver con que
resignación tomaba el final de su vida. Estas palabras nos dieron la
oportunidad de reunirnos en su casa y celebrar la Santa Misa, abrazarla y pedir
perdón a Dios. Cuando escuchamos esas palabras mientras mi abuelo se acercaba a
su momento final, todavía había mucho por hacer. Quedaba verlo en paz después
de tanta ansiedad a causa de su confusión mental. Todavía nos faltaba reunirnos
nuevamente para besarlo, sentir sus manos trabajadas, y darnos cuenta de que gracias
a ese trabajo sin cansancio estábamos aquí todos en este país. Escuchar esas
palabras nos impulsó a ver más allá de esta vida, y aceptar que mi abuelo estaría
reuniéndose con el amor de su vida. Aun quedaba ver que la única hermana que
tenía mi abuelo en Estados Unidos, y la cual no miraba en muchos años, viniera
a verlo. En su últimos días, mi abuelo ya no nos reconocía, pero a ella si lo
conoció. Aun quedaba ver como el amor seguiría triunfando, uniéndonos y
acercándonos a Dios.
Realmente,
estas palabras no son el final sino una invitación. Cuando estas palabras se
dicen pueden causar un cierre emocional, espiritual y mental, pero verás que se
han vuelto una invitación a vivir el amor como nunca, y sobre todo a aceptar
que eres frágil y no hay nada malo en eso. Estas palabras despiertan en ti una
batalla emocional, en la cual el amor termina ganando. No importa las veces que
los médicos digan que ya no hay nada que hacer, el amor sigue impulsándonos a
vivir intensamente durante esos días finales. Cuando llega ese momento, no
queda otra opción mas que vivir y sentir el amor que duele y penetra lo mas
profundo de tu ser. Este amor que quema y duele te hace acariciar como nunca,
ver a la persona como nunca, y besar a tu ser querido incansablemente. Veo
muchas familias que se reúnen, se piden perdón, se aman y se buscan para vivir
ese amor. No importa si son unas horas, un día o unos meses, aun queda mucho
por hacer y cada minuto el amor va a dictar la intensidad del momento. No
importa el gesto, sino el amor detrás de él. Después de escuchar estas palabras,
el mundo parecerá cerrarse, pero la puerta del corazón que vive intensamente el
amor sigue abierta.
¡Queda mucho por hacer! No amas menos
porque duele... Al contrario, amas con mayor intensidad.
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